sábado, 19 de mayo de 2007

El jazz cabe en tres versos

Dejad que los niños se acerquen al haijin... Foto: Jorge Onecha.

¿Qué ocurre cuando se unen en un libro los haikus y el jazz? Que se pilla al noventa y tantos por ciento de la gente en fuera de juego, así de sencillo. Esto es grosso modo lo que sucedió en la presentación del poemario “Haikus de jazz” del joven Eduardo Roldán (Valladolid, 1978) ayer tarde en la Librería Oletvm.

Il Padrino de tal evento fue el director de El Mundo/Diario de Valladolid, Óscar Campillo, pero, dado que no me he propuesto acumular méritos para hacer prácticas este verano, no os mentiré: me perdí su presentación por impuntual y sólo hice aparición una vez comenzada la fugaz lectura de alguno de los haikus que componen el libro. Como ya sabréis, los haikus son algo así como la eyaculación precoz de la poesía, de modo que Roldán, para no despachar su libro de una sentada, recitó apenas un puñado.

Daba comienzo entonces el pertinente ágape por obra, gracia y gula del capitalismo ladrillil. Mientras, en un rincón, el apocado haijin y sus quince minutos de fama firmaban ejemplares, el vino español congregaba a la mayoría de los ávidos asistentes -¿o acaso pensasteis por un momento que la parroquia hacía cola por amor a la lírica?- y una suerte de Quintette du Hot Club de France en versión trío amenizaba la espera con versiones horchata-en-vez-de-sangre de grandes clásicos "de ayer, de hoy y de siempre".

La parquedad en palabras de Roldán, motivada sin duda por su manifiesta timidez, se vio compensada por el esmero con el que escribió casi otro libro de dedicatoria a cada uno de los asistentes que compraron su obra. En lo que esperaba mi turno, y por no pegarme con los asistentes por las virutas de jamón, me di a la lectura del volumen, del que os presento dos de los haikus más jugosos que -a falta de otra cosa- me llevé a la boca:


El mirlo canta

blanco de artificios.
No tiene dientes.


Minipunto para aquellos que hayan adivinado que tras estos versos se perfila la delicadeza consumida de Chet Baker. Veamos qué tal se os da este otro:


Un dólar solo

en la boina fatigada
tirita y sueña.


Fantástico. Claro que sí, era Stanley Jordan, uno de los primeros protagonistas de la galería de "No America, no jazz".

Y así, más pendiente de no dejar escapar la siguiente remesa de viandas que de atender a revisiones jazzísticas de la tradición poética nipona, es como pasa estas tardes primaverales la crema de la intelectualidad castellana. Si en 1975 Londres estaba finalmente lista para Bruce Springsteen, en 2007 el jazz en Valladolid se va a hartar de esperar…

"Haikus de jazz", de Eduardo Roldán, está publicado por Incipit Editores. Más información aquí.